Pan de Azúcar

Cuando almorzamos solo nos quedaba una última visita, el Pan de Azúcar. Para subir es necesario coger un teleférico que sale en Praia Vermelha.
 Nos pusimos delante para no perder detalle del viaje. En el primer trayecto se llega al Morro da Urca un trayecto de 575 m. y unos 220 m. sobre el nivel del mar.

Desde aquí se veía una vista de la Bahía de Guanabara maravillosa, el viaje termina al recorrer de nuevo 750 m. y alcanzando una altura total de 396.



 Morro da Urca.

El nombre de Pan de Azúcar tiene dos referencias; la primera del historiador Vieira Fazenda, dice que el nombre fue dado por los portugueses entre los siglos XVI y XVII, quienes comparaban la forma del morro con la de los “pãos de açúcar”, unos bloques de azúcar de forma cónica, hechos así para transportar más cómodamente este producto a Europa, luego de procesada la caña de azúcar. La segunda sostiene que el nombre viene de la palabra “Pau-nh-açuquã”, que en la lengua Tupi de los indios Tamoios (primitivos habitantes de la Bahía de Guanabara) significa cerro alto, aislado y puntiagudo. Pero además, a lo largo de su historia, el Pan de Azúcar ha tenido otros nombres como “Pot de Beurre” o “Pot de Sucre”, nombres que fueron dados por los invasores franceses, y “Pão de Sucar” o “Pão de Assucar”, en portugués antiguo. 

Este fue el primer teleférico para subir la idea fue del ingeniero brasileño Augusto Ferreira Ramos, quien dio inicio a las obras en 1910. Dos años más tarde, el 27 de octubre de 1912, las primeras 577 personas pudieron subir a la cima del morro de Urca en un teleférico de madera con capacidad para sólo 17 pasajeros, que cubría los 528 metros de extensión y 228 metros de altura, en aproximadamente 6 minutos. Pocos meses después, el 18 de enero de 1913 se inauguraba el segundo tramo entre el morro de Urca y el Pan de Azúcar, con una extensión de 750 metros y 396 metros de altura.
Luego hubo otro más moderno pero daba muchos problemas y el actual transporta 65 personas en cada trayecto.
Y esta foto la hice especialmente acordándome de mi sobrino Jesús. Tanto él como yo contamos los coches amarillos, muy pocos en España, pero aquí en Río contarlos es una locura, pues los taxis son todos amarillos como estos que están aparcados y hay muchísimos en la ciudad.